
Durante años, aunque me ponía el bikini con total normalidad, había momentos en los que no me sentía del todo cómoda. No era porque no me gustara cómo me veía, ni porque no pudiera llevarlo, sino porque sentía esa presión silenciosa, casi cultural, de tener que estar perfecta.
Lo curioso es que mirándolo con perspectiva, en aquel entonces me veía estupenda. Pero claro, mi exigencia era aún mayor. De hecho, mi primera y más dura crítica siempre fui yo misma.
Recuerdo cómo a veces descartaba planes de piscina o reuniones con mucha gente en verano. No era algo dramático ni evidente, pero sí constante: ese pequeño runrún interior que me hacía sentir que no estaba “lista” para enseñarme así, para exponerme, para disfrutar sin filtro. Y hoy, sinceramente, volvería atrás y me daría un par de toques cariñosos para hacerme despertar.
Con el paso del tiempo, he aprendido que no hay nada que demostrar. Que no se trata de cumplir expectativas externas ni de encajar en moldes. Que estar perfecta no es el objetivo. El verdadero objetivo es ser feliz, estar tranquila, disfrutar de tu cuerpo tal y como está, en el momento en el que estás.
Por eso hoy celebro el Día Internacional del Bikini de una forma distinta. Con otra mirada, más amable, más libre. Esta fecha, que se conmemora cada 5 de julio porque fue ese día de 1946 cuando se presentó por primera vez en París, representa algo mucho más profundo que una simple prenda de baño. Representa libertad, actitud, alegría de vivir y, para muchas mujeres, también un proceso personal de reconciliación con una misma.
Porque los mejores momentos de mi vida han sucedido con poca o ninguna ropa, o en bikini. Porque el verano nunca decepciona. Y porque soy isla. ¿Cómo no iba a disfrutar de la vida en bikini?
Ver todas las fotos de este beach look de SHEIN aquí
Hoy sigo llevando bikini. Y bañador. Y lo que me da la gana. Pero sobre todo llevo algo más valioso: la certeza de que no necesito estar “lista” para vivir. Lo estoy ahora. Y tú también.