Nada más llegar me han dado el cambiazo, las gafas de sol por el paraguas baby, así de chulita se me ha presentado Madrid. Lo sé, lo sabe, ahora también lo sabéis. La capital y yo tenemos una relación de amor-odio, pero nos queremos.

Por lo menos he aprendido la lección, antes no traía ni paraguas, esta vez sí, todos los que tengo me los he comprado aquí (y tengo muchos). Me queda la segunda, hacerme con un gorro barbour, como llevan todas las mujeres que saben por aquí.

Y la tercera, el outfit más repetido en el street style madrileño, por lo menos el que he visto hasta ahora: Jersey largo + medias tupidas + shorts vaqueros cortísimos + katiuskas con calcetín, Hunter si eres enterada del todo. Tomo nota, para la próxima.

Hoy me ha dado tiempo a poco. Aeropuerto-hotel-siesta-visita fugaz al espacio Cibelino-2 metros-1 tren-taxi-Las Rozas Village (desastres con la tarjeta)-taxi-1 tren-2 metros-Gran Vía… ¡por fin! y toda la tarde perdida, pero ha valido la pena: ya tengo mis entradas para mañana Cibeles.

Gran parte de que Madrid y yo no nos lleguemos a entender del todo, la tiene el metro. No puedo con él mira que a su primo hermano de Barcelona, lo conozco de PE a PA, pero con el madrileño, no hay manera. Al preguntar me hablaban de colores, yo sólo quiero saber si me he de poner en el lado de la izquierda o la derecha. Todo hay que decirlo, he llegado a mi destino sin perderme, pero he sido pesada y lo siguiente preguntado una y otra vez. El estar bajo tierra me sienta mal, muy mal.

Línea 1, casi controlada. En un principio pensé que la gente pasaba de mí, luego he aprendido a observar si llevan MP3 o no. Si descansan o están echando una cabezadita.  Es una película, sólo has de sentarte y observar.

Debe de tener doce años, lleva el pelo atado en una cola de caballo. Lleva una camisa preciosa en color gris y estampado corbatero, juraría que es vintage, de su padre seguramente. Unos leggins negros y un pañuelo estampado en rojo amarrado a la cintura. Le cae un mechón sobre la mejilla lo que hace que observe que tiene una piel envidiable y unos labios que se hacen más carnosos por culpa del aparato de dientes. Algo bueno tiene que tener -pienso- sonrío y ella me mira, debe pensar que estoy loca. Junto a ella la escucha embobada una niña de la misma edad, un poco más regordeta y con menos suerte que la primera, acné dichoso. Le está contando algo sobre un chico, lo que me hace recordar lo tonta que era con su edad y lo tonta que sigo siendo al respecto. Su historia no es tan diferente a las que nos contamos entre mis amigas, sólo que ella habla de besos y nosotras de temas algo más subidos de tono. Respiro hondo y vuelvo a sonreír, hace tiempo que supuse que las niñas de doce años ya sabían más de sexo que yo, me hace gracia su inocencia: upsss ¡besar es pecado! Alertada por mi sonrisa me vuelve a mirar, esta vez con codazo a la amiga incorporado. Le sonrío y me devuelve la sonrisa. Me siento cómplice, casi me dan ganas de sentarme al lado para escuchar de cerca. A ella parece que no le importa y sigue contándole a su amiga, mirándome de reojo como comprobando que no me pierdo nada. Una niña de unos ocho años viene y va del lado de unas mujeres unos asientos atrás al lado de las adolescentes, curioseando, como yo la conversación.

-¡Para! que luego se lo cuentas a Mamá!! -dice la chica de piel radiante- ¡vete!

Creo entender que es su hermana y la señora de atrás su madre, por eso habla tan bajo. La niña vuelve a su sitio y yo la sigo con la mirada. De repente me veo inmersa en la conversación de las mujeres. Su madre le lee el diario. Después del cruce de miradas con la niña, siento que la traiciono sino le cuento la traición de su madre. Me parece mal, sobre todo porque inexplicablemente es una dulce lolita que no se lo merece. Cantan mi parada y me levanto. Salgo del metro de la línea roja con una tercera sonrisa, después de acercarme a ella y decirle que, sin querer, escuché que su madre tenía acceso a sus sentimientos. Ella me sonrió y volvimos a ser cómplices, esta vez, para siempre.

De camino a Las Rozas Village (post en el horno dedicado a este Outlet maravilloso), ya en el tren me divierte la situación vivida. Aunque no dejo de pensar en la vuelta, taxi-tren-metro Bufffff!! Ya en el tren, una vez tengo en mi mano las entradas del Cibelespacio para el día siguiente cortesía de Las Rozas Village, siento un subidón, que desaparece en cuanto me vuelvo a meter en el metro. Son las 21.15, hoy es sábado y el metro está lleno de niñas que quieren ser mujeres y se han cargado los ojos de eyeliner y sombras negras. Mujeres que quieren ser niñas, pero la luz subterránea (que no favorece mucho) les delata. Me impacta, sinceramente la vida nocturna del metro. Queridas amigas ¿os imagináis salir a cenar en BUS? No, no me lo imagino. No me lo quiero imaginar. Pues en Madrid, un sábado al caer la noche, el metro se convierte en una pasarela de noche de luces chungas.

Al subirme al segundo metro antes de llegar a Fuencarral donde tengo el hostal, se suben unos veinte bándalos que llegan incluso a tirar a una señora al suelo que quería bajar. Ellos primero, parecen pensar, malditos maleducados. Incluso le quitan el sitio a una pareja que se levantó para socorrer a la pobre mujer. Me han tocado justo delante. Pienso en la diferencia de la chica de antes y ellos, deben de tener como mucho, un año más. Esta vez no sonrío, mi cara es de asco. Se ha dado cuenta el de delante. Han conseguido sentarse todos menos una pareja que se ha quedado de pie. La chica es preciosa, con rasgos asiáticos y un corte de pelo que me recuerda a Lucy Liu en Ally Mcbeal, sólo que con más curvas y más gloss. Tanto que cada vez que besa a su chico, temo que se queden pegados. 

-Jotaaaaaaaaaaaaaaaaaa! ven aquí, siéntate (señalándole mi asiento)

Pienso que le llaman “J” por imitar a “H”, el  papel que interpreta nuestro querido Mario Casas en “A tres metros sobre el cielo”. Pero lo pienso mejor y dudo, estos ni han visto la peli, ni mucho menos han leído el libro. “J” le dice que no con la cabeza, la chica sonríe al grupo que tengo delante. Uno de ellos suelta un “está to buena la jodida”, ahora asienten todos con la cabeza. De repente el niñato crece, parece que la afirmación de sus colegas ha hecho que despierten sus ganas de ser el ombligo del mundo. Entre taco y taco, casi me pierdo, pero llegué a la conclusión de que él se había liado con la chica, pero ante su falta de experiencia por no saber “menearla”, pasó de ella. Sus amigos parecen no creerle, yo no le creo. Parece que sólo lo cree él, pobre iluso. Pienso que está mal reírse de los sueños de los demás, pero según que sueños es mejor soñarlos en silencio ¿no?. Se me escapa una risa y creo un alboroto.

-¿Me quieres ligar o te ríes de mí?-subiendo el tono de voz- Payasa… -en un tono de voz con el que me cuesta oír lo que ha dicho, pero lo oigo, vaya que si lo oigo.

-No, no me río de tí -le digo levántandome del asiento- sólo que me ha hecho gracia, la próximas vez no pienses en tus fantasías sexuales en voz alta y tus amigos no acabarán riéndose de tí.

Apresuradamente salgo del metro, aprovechando que se abren las puertas, atrás dejo un hervidero de hormonas “partiéndose la caja” como dicen ellos. Agarro con fuerza la bolsa de mi nueva adquisición de Michael Kors, temiendo que el niñato quiera hacer una gracia, me giro y el metro reanuda la marcha, el niñato me saluda amablemente por la ventanilla con el dedo medio.

Si os digo la verdad no sé en que parada me bajé. Necesitaba aire fresco. Salí a la calle y le pregunté a una señora si Gran Vía estaba cerca, me dijo que sí, que entrara en el metro y en 5 minutos.

-¿Y andando? -le pregunto.

-Nooo, muchacha que hace frío, ves en metro que es un momento.

En un arranque hasta hago un intento de explicarle todo lo sucedido, pero me da pereza y la verdad, tengo frío.

-¿Y en taxi, está lejos?

-Que vas a gastar dinero en taxi, ¡anda ya! ves en metro muchacha que está ahí.

-¿Dónde? allí… -le digo señalando una boca de metro que hay una esquina más abajo.

La mujer asiente con la cabeza, le doy las gracias y me dirijo hacia la boca, aunque antes me paro para como podéis imaginar, parar a un taxi. Casi me muero del susto, pero mi cara me debió de delatar. 

-No cojas un taxi mujer, que está quí al lado, así te lo aprendes….

La tengo justo detrás, no me lo puedo creer pero me acompaña hasta la parada, me indica perfectamente que metro he de tomar y me dice que tenga cuidado. Está claro, fuera por lo que fuera, no debía tomar ese taxi. En diez minutos estaba en Gran Vía, en metro y sin incidencias.

Después de haber comido tarde, no tenía hambre, así que me paro a comer una ensalada de fruta, necesito vitaminas.

-¿Para uno? -me dice el camerero con cara de susto.

-Sí, para UNA.

Miro alrededor y me doy cuenta, soy la única que cena sola. Me siento como Carrie en “Sexo en NY” durante un capítulo en el que decía mantener una relación con su ciudad. Más o menos, sólo que Madrid sería algo así como mi amante y a veces no me trata bien. En Mallorca puedo cenar, comer o ir al cine sola, pero en Madrid, como los besos de mi cómplice adolescente, cenar sola es pecado.

De repente levanto la vista esperando encontrar al camarero con mis vitaminas, pero encuentro a un chico con pelo Pantene y Sonrisa Profiden que me dice si se puede sentar. No le contesto, sólo sonrío y él se sienta. Me dice que también está solo y si se puede tomar la copa de vino conmigo. Asiento con la cabeza, desgraciadamente Madrid me deja sin palabras. No estoy acostumbrada a esto, en Mallorca si alguien se sienta contigo es porque lo conoces. Es más, en Mallorca es imposible cenar solo, porque siempre te encuentras a alguien que se acaba sentando contigo. Me pregunta que hago en Madrid y le cuento, es comercial y también está en Madrid por la Pasarela Cibeles, aunque por trabajo. A mí me interesa la moda que se ve y a él le interesa la cantidad de gente que se moverá por la moda. Mañana irá a Cibeles. Me pide el teléfono y le digo que se lo daré mañana.

-¿Me lo prometes?

-Te lo prometo.

El camarero me trae la ensalada, con la misma cara de susto que antes, cuando cenaba sola, parece sorprenderle mi compañía. Este camarero nunca está conforme. Otro camarero se acerca y le dice al atrevido que su cena está en su mesa, señalándole hacia a ella. Miro y veo como una chica y otros dos chicos le hacen señales.

-¿No estabas solo? -le digo divertida.

-Te mentí, sólo quería estar mejor acompañado.

Lleva unos vaqueros negros pitillo, con unas botas militares sobre ellos. Camisa kaki y foulard de cuadros y una chaqueta con el cuello de pelo que me pregunto porque no se ha quitado. Me recuerda que mañana nos vemos y se aleja. A veces Madrid no se porta tan mal conmigo. A veces soy yo la que se porta mal con las oportunidades que me da Madrid. Gracias atrevido, por hacer que se me olvidara mi aventura del metro.

Gran Vía esta llena, llueve pero parece no importar, antes de ir al hotel quiero respirar un poco de movida madrileña, aunque solo sea para alimentar a mis sueños esta noche. El museo Chicote me pide a gritos que entre pero tengo el iPod puesto con una gran banda sonora by Nacho Almagro y no me entero. No parece importar que sea de noche, que llueva o que haga frío. Hasta da igual que sea sábado. Carrie vive en la ciudad que nunca duerme y yo estoy en la ciudad que nunca descansa.

 

Te amo, te odio, Madrid.


fotos: www.disfrutademadrid.com, www.metromadrid.com