Hoy es uno de esos días en los que me levanto silbando. Son las ocho, extrañamente no he pulsado el “recordar más tarde” de la alarma de mi bb, muy extrañamente. Me levanto y pienso que de todos modos, los gritos de llamada de Madrid no me dejarían dormir más. Que voz tiene, dulce y melosa como una teleoperadora de la línea erótica. A veces rota y firme como Concha Buika. Y otras masculina y fogosa como Ricky Martín, si masculina al fin y al cabo por mucho que nos pese. Tendría sexo telefónico con cualquiera de sus voces, hoy te amo Madrid.

Abro las cortinas y la ciudad me da los buenos días con un sol radiante. ¿Se puede pedir más? Hoy Madrid también me ama.

Se podría, que me trajeran el desayuno a la habitación, pero por 40 euros que he pagado por noche, es lo que hay. Hoy en Lourdes estaban de vacaciones, así que me he apresurado en arreglarme y salir pitando a disfrutar de este día con burbuja de contaminación incluido, que remedio. Nadie es perfecto.

El hostal está en plena calle Fuencarral (os podéis imaginar lo que esto ha supuesto para mi tarjeta, desastres, muchos desastres) en la cuarta planta del número 39, se llama Abril  www.hostalabrilmadrid.com . La habitación es chiquita, con un armario chiquito, tan pequeño que la mitad de mi ropa se queda en la maleta. Mientras preparo el modelito me río, quizás no es tan pequeño, quizás traje demasiada, como siempre. Dejando el armario, por todo lo demás tengo lo que necesito. Calefacción, TV, conexión para mi pórtatil y baño propio.

Me quito mis calcetines de viaje y los dejo sobre la mesita. Son rosas y llevan dos perritos, cuando vienen mis sobrinos a casa no paran hasta que se los dejo poner. Me los regaló mi amiga Maribel y siempre me acompañan, los adoro, me hacen sentir en casa. Cenicienta no lleva tacones, por lo menos hoy. Es otra de las cosas que he aprendido en Madrid. Las aventuras de metro, tren y calle son imposibles subida a unos zancos. Porque mientras piensas en tu dolor de pies, no te das cuenta de las cosas que pasan a tu alrededor. 

Son las nueve de la mañana y la calle está a reventar. Gente de todas las edades, de todos los sitios y de todas las formas. Se mezclan ancianos recién levantados que se juntan en una esquina a fumarse un piti, con los que se han quedado sin pitis depués de una larga noche y buscan dónde comprar. Se me cruza un niño con un paquete de panadería en la mano. Recuerdo que cuando era pequeña, desayunábamos croissants de Millor los domingos, me pregunto que llevará dentro. Me entra la morriña, sólo llevo un día fuera de casa y ya añoro  a los míos. Miro el reloj y me doy cuenta que es muy temprano. Podría desayunar con ellos. El café con leche en una mesa de la capital y su voz al otro lado del teléfono, como os quiero…

Me paro en un bar que tiene de todo menos buena pinta, pero un caballero muy amable me ha contado un secreto: hacen un chocolate delicioso y los mejores churros del barrio. Le creo, sus arrugas que son lindísimas me dicen que sabe lo que dice. Lo cierto es que yo sólo quería saber donde podía encontrar un bar donde tomarme un café con leche y mis tostadas con tomate de siempre. Nada más entrar un delicioso olor me atrapa. Sí, lo necesito, la necesito, una buena taza de chocolate caliente que pido para llevar.

No pienso estropear con una bajada al metro lo bien que van hoy las cosas, así que sin esperar mucho paro un taxi, dirección: El Rastro.

Nada más bajar del taxi, la estampa me abruma. He decidido dejar la cámara de fotos y demás objetos importantes, así que intento que se me quede grabado en la retina. Ya me han avisado. En el rastro madrileño puedes encontrar todo lo que busques. Pero los hay que también compran gratis todo lo que encuentran. Súper avisada quedo. Me faltan ojos. Me interesa todo lo que veo. Me interesan sus historias. Hay una manta tirada en el suelo con cientos de broches, collares y cuentas rotas, monedas, retales y pedacitos de antaño. Me pierdo. Despierto y me doy cuenta que llevo más de media hora ahí parada. Lo VINTAGE me tira, no es ningún secreto.

Observo a una mujer, elegantemente vestida con un jean, camisa blanca y una blasier en color caldero. Su cuello lo adorna un magnífico collar de carey, adquirirdo seguramente en una anterior visita al Rastro. Lleva un maquillaje suave y carmín anaranjado en los labios. Toda ella es tendencia. Pregunta el precio de un vestido ibicenco de los años 70.

-Diez eurillos – le dice la gitana.

La mujer niega con la cabeza,  hace un gesto de desaprobación con la mano y se da la vuelta. Curioso, el vestido lo vale. Con el Birkin que lleva podría comprar todos los artículos de ese puesto y los de toda esa hilera. Le hubiese quedado de muerte, más tonta es ella. Ella no está avisada. Las joyas se quedan en casa, norma número 1 del Rastro. Mientras se aleja me pregunto si llegará a casa con su Birkin.

Parezco una chiquilla y me paro en cada puesto que me llama. Desde lejos, una chaqueta de pelo en naranja energy me reclama. De detrás sale una mujer graciosa, racial y con un precioso vestido de flor liberty enfundado. Me hace una oferta que no me convence, a regatear no hace falta que me enseñe nadie. Es dura de roer, no baja. Saca un vestido de una bolsa y me lo suelta en la mano.

-Si te llevas la chaqueta te lo regalo.

Trato hecho. El vestido vale mucho más de lo que me pide por la chaqueta, la chaqueta ya me da igual. En mis manos tengo un vestido largo con cuello halter y bordados dorados. Escote de vértigo, de los años 80, calculo y con la etiqueta puesta. Como pasa con los hombres,  lo que para unas es basura para otras es un tesoro. Le doy 2 euros más de lo que me ha pedido, se lo merece. Charlamos un rato y al saber que soy de Mallorca me dice que ella ha escrito un libro, de poemas e historias dedicados a unos conocidos balcones de Palma, donde ella se crío. No los conozco y me da rabia no recordar el nombre al llegar al hotel. Sueña con hacer la presentación en ese lugar y por eso está en el rastro vendiendo. Le doy mi tarjeta y le pido que me llame cuando cumpla su sueño. Tampoco recuerdo su nombre, pero recuerdo su mirada. Suerte mujer y espero verte pronto.

Mis manos me empiezan a recordar que la carga de las bolsas no van a caber en la maleta. Mientras busco un solución, la veo desde lejos. Si habéis visto Titanic, quizás recordéis un dibujo de Jack (Leonardo Dicaprio), el de madame Bijou, la señora que se ponía todas sus joyas encima. Pues bien, esta mujer existió en la vida real. En el siglo XIX y en este momento, justo enfrente mía. Me acerco y creo estar soñando, mis manos se pierden revolviendo montañas de ropa que no hacen más que dolerme. Muchos de los trapos son dignos de museo. Prendas de piel hechas a mano, trajes de una antigua obra de teatro, de varias en realidad. Faldas con la etiqueta puesta en pesetas, muy poquitas, de TERGAL cuando este tejido era una marca registrada como el Tetra Brick. Suspiro y me emociono. Parezco tonta lo sé, pero hay a quien le gusta el fútbol y a mí me gusta el VINTAGE. Mi madame Bijou particular se da cuenta. Mientras sigo buscando, charlamos animadamente. Se llama Marieta. Me cuenta: ha trabajado toda su vida en el teatro y ahora, no le queda otra que venderla a cachitos. Por un momento me siento culpable de arrancarle sus recuerdos, pero es inevitable. Si no lo hago yo, lo harán las otras 20 personas que en ese momento están en en su puesto. Marieta se preocupa por mi bolso y teme que me desvalijen, ya llevo una bolsa de prendas compradas. Me agarra de la mano y me mete detrás de la mesa. Zona VIP de ventas VINTAGE, está claro que esto solo me puede pasar a mí. Mujeres que vienen después incluso me preguntan los precios a mí, la escena es más que divertida. Marieta es alegre y me recuerda a mi abuela Ascensión. Cuanta chispa. Saca la ropa de baúles antiguos y me cuenta que cada semana sus ex-compañeros del teatro le traen más. Se me abren los ojos como platos, le doy mi tarjeta y quedamos en llamarnos. Marieta me abraza y me dice que se alegra de que la ropa la compre alguien que la aprecia. La aprecio a ella. Me duelen las manos por el peso de las bolsas y me doy cuenta que ya, será imposible hacer caber todo en la maleta. 

Decido dejar las compras pero antes paso por un Starbucks que se encuentra justo enfrente del rastro.

-Tres cafés con leche medianos con leche desnatada y un mufflin de arándanos para llevar, por favor.

Por unos instantes hago de repartidora y le llevo un café a Marieta y otro a la gran mujer que va a publicar el libro. Sonríen y sonrío.

 

Tu Rastro es fabuloso, hoy te quiero más que nunca, Madrid. De camino al hotel pienso en esta tarde, pasarela Cibeles en unas horas…

fotos: Google, Aurora Vega ¿¿??